«Como que no había razones para rejuvenecer»
M. Sholojov en Sangre extraña
Si la viejecita de la Brasserie Lipp conociera Sun City, habría sido –supongo– menos severa. Delbert E. Webb (1899-1974), un magnate californiano, copropietario de los Yankees, materializó esta utopía cuyo nombre recuerda aquella otra propuesta por Tommaso Campanella. Webb inauguró el complejo residencial el primer día de 1960 a las afueras de Phoenix con tanto éxito que poco después mereció un reportaje de portada en Time. Sun City es el auténtico paraíso (artificial) de los snowbirds, como se llama en Norteamérica a las personas mayores, generalmente pensionados, que huyen en los inviernos hacia el sur. Esta red de ciudades-sol serpea por los estados del sur: California, Arizona, Nevada, Texas, Florida, South Carolina… Tan sólo en las localidades desarrolladas en Arizona habitan más de 40,000 personas.
En la inigualable Sun City todo sucede excepto el tiempo. Hoy día ha devenido, para efectos prácticos, en una marca comercial exclusiva para los mayores de 55 años – la media de edad está arriba de los 73 años. Mudarse allí (no hay cabida para retirarse, sólo para mudarse) significa algo más que eludir el frío: se escapa a la impiedad de la vejez. Como lo delata su propio nombre, el verano es eterno, y también la juventud. “Aquí no hay tiempo para envejecer”, constata Ria Schwärzel[1]. He ahí su éxito. A diferencia de la parisina pillada por Cartier-Bresson, los ancianos de Sun City no miran con resquemor a los (inexistentes) jóvenes porque, al imitarlos, viven en un eterno fin de semana: campos de golf, bolos, piscinas, talleres para el trabajo artístico y manual, centros de ocio, gimnasios, jardines, teatros y cines, recintos musicales, tiendas… nada falta en esta arcadia solar.
Sin embargo, ante la perspectiva demográfica actual y sus tendencias, que rebasan las estructuras hoy existentes, resulta imperioso imaginar nuevas soluciones. De este lado del Atlántico preocupa la articulación de tres factores: la decreciente tasa de natalidad, la longevidad de las nuevas generaciones y la cada vez más temprana jubilación. Los analistas calculan –por referir el caso alemán– que hacia el 2050 la población mayor de 60 años se duplicará en el país, para representar a más del 50% total. Mantener las estructuras aún vigentes implicaría doblar el personal al cuidado de los ancianos, algo económica y estadísticamente inviable.
La profesora Christa Olbrich (Maguncia, Alemania) sugiere que la solidaridad sería la respuesta adecuada a dicha problemática. Consecuentemente dirige un programa piloto en una comunidad multigeneracional donde muchas personas de edades diferentes comparten zonas comunes y se ayudan entre sí. El trato con gente joven ofrece a las personas de más edad la posibilidad de mantenerse activos, de prestar ciertos servicios a otros, en una palabra, de enriquecer a otros con sus años y experiencia. No son pocos los que han encontrado un sentido a cada día. A cambio, alguien cuida de ellos. Los niños, por su parte, aprenden a respetar y valorar a los mayores.
El Foro para la vida en común[2] constata que los ancianos evaden ahora las residencias de retiro y buscan nuevas opciones para continuar integrados en la sociedad. En el transcurso de este año, por ejemplo, ha recibido alrededor de 15,000 solicitudes. Dicho Foro agrupa no sólo a los interesados en compartir su vida con otros, sino a todos aquellos relacionados por una u otra razón con estos hogares multigeneracionales como abogados, arquitectos o constructores. Poco a poco toma cuerpo una pequeña revolución que redefine aspectos legales y técnicos de construcción: rampas para sillas de ruedas y carriolas, supresión de escaleras, espacios generosos, e incluso detalles prolijos como la instalación de picaportes y apagadores a una altura cómoda para todos. Otros complejos más ambiciosos incluyen tiendas, áreas recreativas y consultorios médicos.
También en Estados Unidos comenzaron a multiplicarse a partir de 1990 los hogares multigeneracionales. A diferencia de los alemanes, ellos se reúnen ante todo con parientes en diferentes grados sin albergar a desconocidos. Según último censo, ya el 4% de los hogares en el país son de este tipo, y el porcentaje aumenta sin pausa[3]. Este fenómeno revierte la tendencia de los 140 años anteriores, en los que el número de habitantes de cada casa se encogió siempre.
Nos son desconocidos los sentimientos que habitaban a la anciana de la Brasserie Lipp. Cabe tan sólo conjeturarlos. Sí podemos asegurar, en cambio, que en este nuevo modelo de vida un anciano alemán difícilmente reprobará con la mirada a su vecina, aún cuando vista faldas tan cortas como las octogenarias tenistas de Sun City.
Berlín. Octubre, 2007.
[1] Cfr. Nina Rehfeld, “Zum Sterben hat man in Sun City keine Zeit”, F.A.Z. – Feuilleton, octubre 18, 2007, p.46.
[2] Forum Gemeinschaftliches Wohnen e.V. (www.fgwa.de).
[3] Cfr. Mireya Navarro, “Families Add 3rd Generation to Households”, New York Times, mayo 25, 2006.
4 comments:
¡Enrique!
Me gustó tu artículo.
Me acordé del "sosias" -aunque sabes que quiero decir "convergencia- de Adriana en Info Gratis del nueve de octubre del año pasado.
Sobre lo demás: sé que no lo harás pero un día echale un ojo a Plataforma o a Lanzarote, de Houellebecq. Si de plano no te late, hay artículos al respecto que escribió.
Te cuidas.
¡Coman fruta!
¡Saludos!
feliz año
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