November 28, 2007
November 23, 2007
On transmuting ideas
“I have already mentioned some of the lessons I believe I have learnt about philosophy: the ramifications which make study of the physical universe and of the mind relevant to each other, and to how to live. But what have I learnt about the history of philosophy, since I started in 1980 to read it as a continuous and continuing story, instead of skipping from one famous name to the next? I have already mentioned my first lesson, that intermediate philosophers may be needed for understanding later ones. In addition, I had learnt how ideas can be transmuted. One striking example was the transmutation of a Stoic theory of how to avoid agitation into a Christian theory of how to avoid temptation. Another was the harmonization of Plato and Aristotle, which, in the Neoplatonism, produced a new philosophy that was identical with that of neither.
But I also got a sense of how ideas can be revived in very different contexts. Berkeley’s idealism was designed to solve a problem ok knowledge – if we know only the ideas in our minds, how can we know about tables and chairs outside our minds? Answer: tables and chairs are bundles of ideas in the mind, sometimes of ourselves and always of God. This, I came to realize, is a revival of the fourth-century theory of St Gregory of Nyssa. Material objects, he said, are bundles of God’s ideas. But his reason was to do with a quite different problem converning causation. If cause must be like effect, how can an immaterial God have created a material world? Answer: the world is not material in the way you think. Material things are bundles of God’s ideas. Same theory: different reasons. Of course, Berkeley may have known of Gregory, and he does give Gregory’s reason as a supplementary one.
[...] I am inclined to wonder if there are any ideas that could not be revived in a new context.
The possibility of reviving ideas is part of what gives point to philosophers studying the history of philosophy. It liberates us from the circle of ideas which happen to be most recent and expands the philosophical imagination. The opposite utility has also been illustrated, that history can make us question the soundness of some of our inherited presuppositions, as with the supposed harmlessness of killing animals.
This idea of history as liberating contrasts with the view that we are trapped in our circles of ideas and the ancients in theirs. On this view, ideas are so tied to the context of a given time that we can easily say they could not have been thought of before that date, or could not be taken seriously after it. There are also ideas, on this view, so entrenched that we can foresee that our own circle will not give them up. Again, history, on this view, mereley shows us why we have inevitably come to adopt certain views, and discard others. This is the opposite of what I think.
Admittedly if we revive an idea, we may need to detach it from its original background, as ideas about when it would be just to go to was may get detached from their backgraound in natural law. But detachability is not only an interesting historical phenomenon. It is also what helps to make ancient ideas directly applicable to modern philosophy, or, as in the examplo of justice in war, to life. As historian, one must be keenly aware of the original background, or one will miss significan differences. As philosopher, one may consider how far the background can be detached.
I do not wish to deny that there are limits to the repetition of ideas. A particularly itneresting one which I have mentioned is that I have found at most likeness, never exact similarity, in the case of non-Buddhist Indian philosophy, perhaps partly because it was until recently the guarded preserve of Brahmins who felt the west could teach them about technology, but not about philosophy.
To return to the ramifications of philosophy, they are so extensive, and the cultures which have studied them so varied, that Gregory of Nyssa’s charming idea is surely right: there is room for the understanding to make perpetual progress and one need never grow tired.
November 19, 2007
November 18, 2007
November 14, 2007
November 12, 2007
Campanas en la literatura y el cine
El capítulo "Victoria y Gabriel" de Al filo del agua, de Agustín Yáñez, contiene las mejores páginas que haya leído sobre las campanas. Para Gabriel, la campana es metáfora de Victoria; para ella, lo es de él; para el lector, lo es del amor imposible de esa pareja:
La Muerte misma -¡qué angustiosa!- que angustiosa disloca el esqueleto de los días, minuto a minuto, a segundos descoyuntados, como dicen que lo hace también el Amor. Así las angustias cuando se ignora el mal que tiene postrado al paciente, transcurren las hipótesis de los médicos, el daño se agrava, se frustran todos los recursos, el enfermo es llevado a ciegas y a locas, desesperadamente. Dicen que el Amor es también como la Muerte. ¿Será ésta o el otro quien descoyunta el pulso de Gabriel? ¿Ésta o el otro hace florecer la fiebre? ¿Amor o Muerte marchita el ánimo? Dicen que Amor es género de Muerte. ¡Cuán extraño latido el alterado latir de las campanas, cada día más sensible: alucinadas en rebato sin tino; presas luego de mortal decaimiento! Campanas de aleluya en toques de ánimas. Campanas que languidecen a tiempo de repicar.Inmediatamente recordé esa extraordinaria escena final de Andrei Rublev, de Tarkovsky.
- Gabriel está jugando con las campanas, dicen las gentes en el encierro de patios y recámaras.
Pero ya son muchos días. Eso no puede ser diversión. Entonces dicen las gentes, al encontrarse por las calles:
- ¿Qué le sucede a Gabriel?
El desconcierto de las campanas comienza a ser intolerable.
- Gabriel, dicen las gentes en la plaza, está burlándose del pueblo.
Al llamar una tarde para la conferencia de las Hijas de María, las campanas doblan. Desvanecido el equívoco, revienta la indignación:
- Gabriel está burlándose de nuestras tradiciones.
Otro día el toque de las ocho de la noche parece repique de posadas.
- Gabriel está burlándose de nuestros muertos.
O se ahogan las esquilas por la prisa con que se las volteaba, y las campanas por el frenesí de los badajos, o sonaban tan desabridamente, con tan exasperante, desacordada lentitud de relojes a los que les falta cuerda.
- Qué: ¿Gabriel también se ha vuelto loco?
Fueron ocho, doce días desasosegados.
- ¡Esto es inaudito!
Descompuesto el ritmo de las campanas, todo el pueblo marchaba mal. Pensamientos, comunes pasos alterados. General inquietud.
- ¡Es el colmo!
Ya no se podía trabajar y, menos, rezar. Ya no se podía estar a solas. Se dejaba sentir la gravedad del encierro. Se reparaba en la tisteza, en los anhelos contenidos, a la manera como se repara en la propia respiración, en la sístole y diástole del propio corazón.
- Esto no puede seguir así.
Fueron doce días desajustados. El Señor Cura se rindió al clamor general nacido en la clausura de casas y conciencias; hubo de rendirse a la propia evidencia, y relevó a Gabriel.
¡Qué vulgares, qué sordas tocaron las campanas en manos filisteas! Lo prefirió la mayoría, rencorosa, inolvidando el desacato. La minoría se rebelaba: era preferible oír gritos de vesania, con acentos de vida, que no muertos tañidos, mecánicos. La minoría los rechazaba. Eran insoportables a las orejas de cristal. Fueron insoportables para Victoria, tan insoportables, que la expulsaron del pueblo antes de lo que la dama proyectara. Y nadie supo la causa de su repentina retirada, sólo entrevista por algunos que tuvieron la malicia de conciliar la marcha de la señora con el asalto inesperado de la torre, por parte de Gabriel, quien dobló las campanas tan tremendamente, que muchos lloraron como en calamidad pública, como si vivieran el día del juicio, que no de otra manera, entonces, geminarán, se desbaratarán, se quebrarán los bronces del mundo.
Fragmento de la fundición de la campana:
Fragmento del levantamiento de la campana, que no tiene nada que ver con aquella apoteósica, por hollywoodesca, de 1492: