April 29, 2009

"El doctor", de Enrique Cisneros

Jué en un rancho de la sierra, allá en la revolución
cuando quedaban los muertos pudriéndose bajo el sol.
Nos llegó la peste un día, quen sabe de’onde llegó,
Que'ra la fiebre española, la gente ansí la llamó.

Y que se muere don Chon, don Chon el enterrador.
Lo vino a ver don Zenaido, que del rancho era el doitor.
Le puso un espejo, y luego que ‘l muerto no resolló
Y que me gritan Canuto, tú y tu compadre Nabor
Entierren ese dijunto, entre más hondo mejor.

Lo líamos en un petate porque ya no había cajón.
Hicimos un joyo grande y allí echamos a don Chon.
Y que se oye muy abajo: "No me entierren por favor.
¡Estoy vivo...! ¡Estoy vivo! No sean ingratos por Dios".

Y me dice mi compadre: "No li’aga caso a esa voz;
échele tierra compadre, ese ya se petatió;
Dijo el dotor que’sta muerto y él, pos pa’ eso estudió,
¡A poco el muerto tarugo va a saber más que’l dotor!"



Magritte et nous






Magritte et Berlin (1918)


April 27, 2009

Scream: Munch, Tamayo



Munch: "I was walking along a path with two friends—the sun was setting—suddenly the sky turned blood red—I paused, feeling exhausted, and leaned on the fence—there was blood and tongues of fire above the blue-black fjord and the city—my friends walked on, and I stood there trembling with anxiety—and I sensed an infinite scream passing through nature".

Tamayo's "Grito" reminded me of our lotería's "Diablito".




April 26, 2009

Sexy trees


The one on the left was found somewhere in the web, somewhere in the world... The one on the right is between my flat and the closest square.



April 18, 2009

En el hoyo: Malcolm Lowry, Nick Hornby


Hay una expresión en México que se ha popularizado los últimos años: "en el hoyo", que se utiliza cuando alguien ha cometido un yerro y se siente abatido.

Desconozco el origen de la expresión, pero recuerdo uno de sus antecedentes: "mear fuera del hoyo". Si ésa es la fuente, sufrió una transformación de 180º: de estar (meando) fuera del hoyo, se pasó a estar en el hoy.

Hay dos razones que intentan explicar la expresión:

1. Un hoyo está a un nivel más bajo del estándar, del "nivel calle".
2. Un hoyo es normalmente un lugar oscuro.

Supongo que la segunda razón no es válida, pues más valdría decir "estoy en el fondo de una cueva", o algo similar. En un mal día, Malcolm Lowry le confió a su diario: "No creo que pueda seguir. Me hallo en un lugar oscuro. Perdido".

Sólo la claridad de la luz salva de lo oscuro. Y esa claridad no sólo se encuentra arriba, como cuando se está en un hoyo, sino también enfrente (o atrás, o incluso abajo), como cuando se está en una cueva.

En ocasiones, la idea de "estar en el hoyo" se refuerza con "y aún cavando". Ahí parece descubrirse ya la clave de la expresión: no se refiere tanto a la oscuridad sino al desnivel físico, geográfico. Cuanto más se cave, más profundo se está, y más difícil es salir. Quien está en el hoyo debería salir, para estar al mismo nivel de los demás, pero a veces no se consigue, sino que, tristemente, se cava más.

No estoy seguro de que la expresión sea mexicana (¿de Monterrey, originalmente?), pero me sorprendió encontrarla en Slam, de Nick Hornby:

"My dad used to say that if you were in a hole you should stop digging. It was one of his favourite expressions. It meant that if you were in a mess, you shouldn't make it any worse. He was always saying it to himself: 'If you're in a hole, Dave, stop digging'. I stop digging".

Desconozco si la expresión se utiliza en Inglaterra, pero hasta ahora la había encontrado exclusivamente en México. El hecho de que Hornby deba explicarle el significado al lector me hace pensar que no se frecuenta en la Isla. ¿La habrá "inventado" Hornby? ¿La habrá escuchado de algún mexicano? (Igual tiene por ahí alguna connotación sexual y/o golfística que se me escapa...) ¿Habrá visto la peli de Juan Carlos Rulfo, y le habrán explicado el sentido de la frase?


Eggleston, Borges

There is a magnificent phrase in Borges' poem "Llaneza", which Pereda draws attention to in his new book: "dialecto de alusiones" -- something like "dialect of allusions" or "dialect of references", "of mentions".

Here is the poem:

Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.
Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.

With the expression, Borges refers to all those associations we do, on purpose or not, when we have a concept. Say, for instance, "Kaliningrad": amber, Baltic Sea, Kant, Rusia, Königsberg, etc.


When I read the expression "dialecto de alusiones" I think of William Eggleston and his unique use of color in photography. He is a master in the composition of colors, and every single shine or hue of the redish pattern fits exactly with the cold shades. Personally, I feel more confortable with black and white photography, perhaps because I am more interested in elder photographers, who used it mostly, and also because I always look for something behind the image itself (a gesture, a story, a soul). But Eggleston's colors are, as Borges put it, a "dialecto de alusiones" which can teach us always something worth about the world we live in.



April 17, 2009

"Entre tú y yo jamás ha habido...", de Fabio Morábito

Entre tú y yo jamás ha habido
un círculo, aunque sea tenue, de plata
o de oro, una mínima
presión en uno de tus dedos
que le recuerde a tu circulación
que existo. Hay quienes no conciben
que dos se quieran sin un anillo de por medio.
Confían que no perdura amor

si no lo alumbra un aro.
Los tuyos, con sus historias turbias, me intimidan.
¿Dónde cabría mi anillo en una mano tan completa?
¿Qué añadiría su brillo a tanto imperio?
Mejor dejarte con tus sortijas
entre las cuales
la mía sería una intrusa
y si alguien cree que apenas nos queremos
al ver que nada mío amordaza tus huidas,
que falta el lazo que declare nuestro vínculo,
la argolla que sujeta el barco
y nuestras manos siguen vírgenes, casi ajenas,
mostrémosle, en vez de anillos, las heridas
que desde hace tanto nos hicimos,
las cicatrices que no brillan
porque su resplandor es de otra índole. ~

Fuente: Letras Libres, abril 2009.
Foto: La dama de los anillos de Herculano.



April 15, 2009

Earlobes

For me, one of the most important characteristics of a human face (or head) is --yes, quite strange-- the earlobe. Ears without a lobule look a little bit strange for me, not really beautiful, as if something were missing.

An earlobe looks like a drop of water which got frozen before falling down, a flesh-stalactite which gives dynamism not only to the face and smile, but which is also responsible of avoiding a too simple interaction between the ear and the temple. A sexy corner.

These reasons make me prefer earlobes which haven't been tortured by a simple earring-hole, or a more dramatic piercing, or a completely bizarre stretching. A clip-earring is enough to make it look better.

Till now I have found a single exception: Vanessa Paradis' lobeless ears...


April 13, 2009

Pedro Páramo, ese libertario liberal


El Tilcuate siguió viniendo:
- Ahora somos carrancistas.
- Está bien.
- Andamos con mi general Obregón.
- Está bien.
- Allá se ha hecho la paz. Estamos sueltos.
- Espera. No desarmes a tu gente. Esto no puede durar mucho.
- Se ha levantado en armas el padre Rentería. ¿Nos vamos con él, o contra él?
- Eso ni se discute. Ponte al lado del gobierno.
- Pero si somos irregulares. Nos consideran rebeldes.
- Entonces vete a descansar.
- ¿Con el vuelo que llevo?
- Haz lo que quieras, entonces.
- Me iré a reforzar al padrecito. Me gusta cómo gritan. Además lleva uno ganada la salvación.
- Haz lo que quieras.

April 9, 2009

Historias de viaje

Estuve unos días de viaje, y éstas fueron las dos anécdotas más representativas. Debo aclarar en primer lugar que tengo una relación difícil de amor y pasión, de odio y repulsión por aquel país al que fui a pasar unos días. La gente puede ser encantadora o desesperante, las mujeres exquisitas o insoportables, el trato muy simpático o patético.

Sé que en ese país nos quieren ver la cara de idiotas a todos los turistas, la mayor parte del tiempo. Ya me han robado en ocasiones anteriores, por ejemplo. Voy precavido, muy cuidadoso del terreno que voy a pisar. Desde la hora de reservar el cuarto de hotel empiezo a ver moros con tranchetes. Así que negocio el precio de la habitación. Y logro bajarlo, y bajarlo, y bajarlo. Quiero una cuarta reducción, y el hotelero, sorprendido, me pregunta si soy economista. Soy "monterregio", aludiendo a una marca de vinos. No entiende. Pero sabe oler el sentido de anécdota y acepta el precio que le propongo si le llevo un regalo "de mi país". Voy a una tienda bajo estos balcones de PrenzelBerg. Pago parcialmente mi hospedaje con una playera vintage muy chida.


Tomamos un autobús para ir al aeropuerto. La ciudad está muy tranquila: son las 8 de la mañana. Tenemos varias maletas y venimos batallando un poco por eso. Después de esperar a que suba la gente y de lograr montar el equipaje en el autobús, le pido al chofer dos boletos. Me dice que tiene nada más uno. Necesito dos. Sólo tengo uno. Bueno, démelo. ¿Y el segundo? Si no me lo vende, no puedo comprárselo. Váyase a comprarlo afuera. No, le compro uno y el segundo se lo compro a la próxima vez. Bájese a comprar un boleto o lo multo. Véndame un boleto y no me la haga de tos. El pobrecito señor, engreído por su cota de poder, brinca de su asiento, abre la puertecita, desenvaina la pluma que tenía calada en la oreja, abre de un manotazo el libretón de multas y se dispone a escribir. Ni me multe, que no le voy a pagar nada. Los otros pasajeros comienzan a impacientarse y a gritar: apúrense que tenemos que llegar a tiempo a trabajar, ya vamos tarde. Por deferencia a ellos decidimos bajarnos y le espeto al chofer un "¡increíble!" con sabor a mierda. En este país las cosas funcionan, me explica a gritos, y no vamos a permitir que quieran abusar de nosotros gentes venidas de otros lados. Sí, claro, bastardo. Tu país vive del turismo y no saben tratar a los turistas, y nosotros, por idiotas, seguimos derramando nuestro dinero aquí. El autobús se va. Compro cuatro boletos porque me dicen que deben pagarse también las maletas. Pero es tarde, el siguiente autobús de plano no viene. Tomamos un taxi.


"Los aprendizajes del exilio", de Carlos Pereda

El penúltimo día de enero estuve en la ciudad de México visitando amigos. Después de comer con H.B. y de estar en la Casa Azul, de pronto me descubrí frente a otra casa azul, también en Coyoacán, también lúcida en ideas y de generosas puertas abiertas, la casa de Carlos Pereda y Marcela Rodríguez. Me paré sobre las puntas de los pies, y por la rendija superior de la reja vi, como otras veces, al filósofo en su sillón, departiendo. Timbro, la visita me abre para ahorrarle la molestia al huésped, y charlamos a gusto. No salgo de ahí sin un regalo magnífico: Los aprendizajes del exilio.

A continuación, unas breves reflexiones al caso publicadas en el último ejemplar de "Letras Libres".

En la primera línea de sus Ensayos Montaigne explica que ese libro fundacional es “de buena fe”, con lo cual abate todo fin más allá del personal (o familiar). Montaigne mismo, su propia vida, es la sustancia del libro, asegura. En esa tradición del ensayo prístino se incardina Los aprendizajes del exilio (ganador del concurso organizado por la editorial Siglo XXI). La imaginación curiosa y la busca honesta –lujos en tiempos de lo artificial y lo prefabricado– son los dinamos que animan a Carlos Pereda a probar, intentar, enmendar –en definitiva: a ensayar– diferentes lecturas del exilio.

Del Antiguo Testamento y la tradición grecorromana Pereda extrae tres interpretaciones seminales: el exilio es la pérdida de un contexto, o se traduce como resistencia contra la autoridad responsable, o puede también ser umbral de nuevas experiencias. La modernidad, sin embargo, ha desdibujado –por anegamiento, podríamos decir– lo terrible del exilio: si en la antigüedad fue pena capital –pues el lugar era aún esencial identidad–, hoy nos parecería más bien desdeñable frente a, por ejemplo, los campos de exterminio. Ya nuestros días han sabido instrumentalizar peores penas. Esa fractura entre los siglos insinúa cierto desinterés por la reflexión moral, una “interrupción en los modernos de una sabiduría sobre el exilio”.

Para rastrear esas categorías en las experiencias recientes de los exilios iberoamericanos, Pereda desdeña los testimonios “directos” o inmediatos del exilio, tales como diarios, cartas y otros informes de primera mano, para privilegiar algo más sofisticado: los versos pensados a consciencia, detalladamente corregidos y revisados bajo la lupa del escrúpulo. Un puñado de poetas y versos cribados le bastan para circunvalar al exiliado, distinguirlo de sus parientes políticos –un emigrado, el desterrado, la refugiada, los deportados– y contrastarlo con aquellas interpretaciones antiguas que había ya recuperado. Desgrana así, paso a paso, un racimo de aprendizajes que formula a modo de propuestas.

Pero volvamos los pasos atrás. Exilio: una pérdida, un resistir o un punto de inflexión. Quien asuma el exilio como pérdida se convencerá de que se le ha arruinado lo único que importaba y se dejará habitar por el melancólico sufrimiento, que podría incluso exaltar. Si absolutizara su pérdida, la segunda persona se le desdibuja hasta desaparecer de su horizonte vital. Difícilmente pedirá ayuda o buscará cuidado o cariño, ni siquiera se permitirá sentir furia u odio. Este exilado camina en realidad hacia la parálisis, hacia la nada, con la mirada torcida al pasado. Para discurrir algún aprendizaje, Pereda discute la imperiosa necesidad de “interrumpirse” a uno mismo, de confrontarse y estrujar el pasado para impedir que la experiencia misma de la pérdida se precipite en un pozo desfondado. Ovidio, por ejemplo, “entroniza el dolor sin límites como la única actividad digna de hacer justicia a lo perdido”; en nuestras geografías Pedro Garfias (Primavera en Eaton Hastings) habla de la “blancura intacta” de la patria que recuerda sentado en un parque inglés, y José Moreno Villa (Tu tierra) asume la tierra como “la fórmula/ archicompleta de tu ser”.

La tradición opuesta ¡resiste!, resiste a la pena y, conjurando los ímpetus del carácter y el coraje, embiste, “se persiste en el disenso, y se aguantan los huracanes en contra sin que asome la cobardía”, como Rafael Alberti en Baladas y canciones del Paraná (#17): “Mi tristeza es ira, es rabia,/ cólera, furia, arrebato.” Con lucidez, Pereda advierte una variación entre el resistir masculino y el femenino: para él, resistir es morir o conduce al morir; para ella, resistir es optar por la vida. Cristina Peri Rossi describe con claridad esta ambivalencia en su Descripción de un naufragio: “nada queda ya/ sino el deseo impostergable de vivir”. Para desembarazarse de odios que entumecen las piernas al caminar, con el dolor del exilio pueden tejerse “otros deseos, otras concepciones de sí, otras emociones, otros argumentos, otras tareas”. La vista se dirige al futuro...

Como también en la tercera actitud, que consiste en romper con lo habitual para, tomando el exilio y sus experiencias por los cuernos, enderezar los pasos a otras posibilidades, mientras se hace del estar-en-el-umbral un estado permanente de vida. Jamás se comienza de cero, se está siempre imbuido de las voces que heredamos. En esta visión concurren, por ejemplo, el profeta Isaías y Luis Cernuda (La fecha): “Allá están los caminos,/ a esta luz todavía/ vacíos, y entre ellos/ uno aguarda tu ida.” Para quien está en el umbral, vivir es el íntimo y consciente abrazo al presente más físico sin que termine por comprendérselo ni por comprenderse siquiera a uno mismo, lo cual orilla a una reinvención continua de sí.

De esta manera, Pereda extrae algunos aprendizajes de algunos poetas que padecieron ellos mismos el exilio, los depura con el lente kantiano y en ocasiones los contrasta con Hegel. De este ejercicio Pereda discurre gradualmente una serie de propuestas que enriquecen no sólo nuestro entendimiento del exilio en general sino de cualquier otra pérdida mayor, con lo que vierte una luz en la propia alma. Esta es ya una razón convincente para procurarse la lectura del ensayo.

La segunda razón que aduzco es el lenguaje desenfadado y sin prejuicios con que Pereda articula sus reflexiones por encima de clichés y metáforas muertas. Estas páginas son una conversación adonde concurren de buen grado –Montaigne diría: “con buena fe”– las ideas sin pretensiones de erudición u ostentación. En tiempos donde la lengua castellana parece inhábil para pensar, Los aprendizajes del exilio muestra todo lo contrario: el español no es sólo lengua de poetas y novelistas sino también semillero fecundo para la discusión adulta de ideas. ~

April 1, 2009

Blogueando en otro blog

Algo sobre Berlín.

Algo sobre París. Algo más. Aaaalgo más.

Barquitos en Las Tullerías; al fondo, el Louvre.
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