Publicar o perecer.
Conversando con un amigo, me decía que "en México en realidad no tenemos intelectuales creadores", y con ello quería decir "pensadores de talla que aporten algo novedoso a las discusiones contemporáneas". Ponía algunos ejemplos: "no tenemos a alguien como Berlin o Arendt o Momigliano o Moses Finley o Habermas". Me aseguraba que "pertenecemos a una pequeña provincia de la cultura", y nuestro malhadado destino sería, pues, "repetir lo que otros dicen en Europa o USA". De ahí pasaba a denostar el idioma castellano: "no podremos escribir en español. Para la literatura aún hay espacio en el español, para el pensamiento no".
Traigo esta conversación en la mente desde hace unos días. Y recuerdo aquella otra con J, a propósito de un filósofo de gran alcance, que normalmente publica en español, a pesar de que trabaja con bibliografía en inglés y sus interlocutores son en su mayoría sajones. J me decía, entonces, que no podemos caer en el juego de los sajones bien conocido de Teleo y Melés: primero yo te leo y cito, luego tú, y así nos la llevamos. Según se vea la cosa, puede decirse que, o los anglosajones son provinciales porque generalmente se remiten a autores angosajones, o que la cultura anglosajona es capaz de nutrirse a sí misma.
El desinterés alemán, por ejemplo, por lo que se publica en nuestra lengua es grande. En el 2003 quise saber qué filósofos hispanoamericanos podía leer en la biblioteca de la Humboldt y encontré las obras completas de Ortega y Gasset... traducidas al alemán. Y apenas la semana pasada, tras escuchar a W decir que "el español de plano no es un idioma científico", encontramos en un bazar dos libros de autores nuestros con dedicatorias a E. Tugendhat. O no aprecia a sus colegas, o no puede leerlos, o no le interesa (ya no digamos leer sino) conservar sus libros.
Es verdad que nuestra literatura aún goza de cierta salud, y también es verdad que extrañamos a don Alfonso Reyes (+1959), Nicolás Gómez Dávila (+1994) y Octavio Paz (+1998). Pero también es verdad que Mario Vargas Llosa, por ofrecer otro ejemplo, todavía dice cosas al mundo entero, y habla en español. Y también es verdad que, aunque nos falta oficio, hay inquietud, interés, hambre y sed. Todo malinchistmo esconde una derrota anticipada. ¿Publicar en español o, mejor, en inglés, francés, alemán? ¡No! Si hiciéramos eso, relegaríamos nuestro idioma al plano del, acordemos,
azerí. No, gracias. Tampoco me gusta que las cuatro o cinco palabritas conocidas en el mundo sean
siesta,
amigo,
tequila,
sombrero.
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Leo
Postdata, de Paz, y encuentro algunas claves para esta discusión:
"Gente de las afueras, moradores de los suburbios de la historia, los latinoamericanos somos los comensales no invitados que se han colado por la puerta trasera de Occidente, los intrusos que han llegado a la función de la modernidad cuando las luces están a punto de apagarse -llegamos tarde a todas partes, nacimos cuando ya era tarde en la historia, tampoco tenemos un pasado o, si lo tenemos, hemos escupido sobre sus restos, nuestros pueblos se echaron a dormir durante un siglo y mientras dormían los robaron y ahora andan en andrajos, no logramos conservar ni siquiera lo que los españoles dejaron al irse, nos hemos apuñalado entre nosotros... No obstante, desde el llamado modernismo de fines de siglo, en estas tierras nuestras hostiles al pensamiento han brotado, aquí y allá, dispersos pero sin interrupción, poetas y prosistas y pintores que son los pares de los mejores en otras partes del mundo. Y ahora, ¿seremos al fin capaces de pensar por nuestra cuenta? [...]".