Estuve unos días de viaje, y éstas fueron las dos anécdotas más representativas. Debo aclarar en primer lugar que tengo una relación difícil de amor y pasión, de odio y repulsión por aquel país al que fui a pasar unos días. La gente puede ser encantadora o desesperante, las mujeres exquisitas o insoportables, el trato muy simpático o patético.
Sé que en ese país nos quieren ver la cara de idiotas a todos los turistas, la mayor parte del tiempo. Ya me han robado en ocasiones anteriores, por ejemplo. Voy precavido, muy cuidadoso del terreno que voy a pisar. Desde la hora de reservar el cuarto de hotel empiezo a ver moros con tranchetes. Así que negocio el precio de la habitación. Y logro bajarlo, y bajarlo, y bajarlo. Quiero una cuarta reducción, y el hotelero, sorprendido, me pregunta si soy economista. Soy "monterregio", aludiendo a una marca de vinos. No entiende. Pero sabe oler el sentido de anécdota y acepta el precio que le propongo si le llevo un regalo "de mi país". Voy a una tienda bajo estos balcones de PrenzelBerg. Pago parcialmente mi hospedaje con una playera vintage muy chida.
Tomamos un autobús para ir al aeropuerto. La ciudad está muy tranquila: son las 8 de la mañana. Tenemos varias maletas y venimos batallando un poco por eso. Después de esperar a que suba la gente y de lograr montar el equipaje en el autobús, le pido al chofer dos boletos. Me dice que tiene nada más uno. Necesito dos. Sólo tengo uno. Bueno, démelo. ¿Y el segundo? Si no me lo vende, no puedo comprárselo. Váyase a comprarlo afuera. No, le compro uno y el segundo se lo compro a la próxima vez. Bájese a comprar un boleto o lo multo. Véndame un boleto y no me la haga de tos. El pobrecito señor, engreído por su cota de poder, brinca de su asiento, abre la puertecita, desenvaina la pluma que tenía calada en la oreja, abre de un manotazo el libretón de multas y se dispone a escribir. Ni me multe, que no le voy a pagar nada. Los otros pasajeros comienzan a impacientarse y a gritar: apúrense que tenemos que llegar a tiempo a trabajar, ya vamos tarde. Por deferencia a ellos decidimos bajarnos y le espeto al chofer un "¡increíble!" con sabor a mierda. En este país las cosas funcionan, me explica a gritos, y no vamos a permitir que quieran abusar de nosotros gentes venidas de otros lados. Sí, claro, bastardo. Tu país vive del turismo y no saben tratar a los turistas, y nosotros, por idiotas, seguimos derramando nuestro dinero aquí. El autobús se va. Compro cuatro boletos porque me dicen que deben pagarse también las maletas. Pero es tarde, el siguiente autobús de plano no viene. Tomamos un taxi.
Sé que en ese país nos quieren ver la cara de idiotas a todos los turistas, la mayor parte del tiempo. Ya me han robado en ocasiones anteriores, por ejemplo. Voy precavido, muy cuidadoso del terreno que voy a pisar. Desde la hora de reservar el cuarto de hotel empiezo a ver moros con tranchetes. Así que negocio el precio de la habitación. Y logro bajarlo, y bajarlo, y bajarlo. Quiero una cuarta reducción, y el hotelero, sorprendido, me pregunta si soy economista. Soy "monterregio", aludiendo a una marca de vinos. No entiende. Pero sabe oler el sentido de anécdota y acepta el precio que le propongo si le llevo un regalo "de mi país". Voy a una tienda bajo estos balcones de PrenzelBerg. Pago parcialmente mi hospedaje con una playera vintage muy chida.
Tomamos un autobús para ir al aeropuerto. La ciudad está muy tranquila: son las 8 de la mañana. Tenemos varias maletas y venimos batallando un poco por eso. Después de esperar a que suba la gente y de lograr montar el equipaje en el autobús, le pido al chofer dos boletos. Me dice que tiene nada más uno. Necesito dos. Sólo tengo uno. Bueno, démelo. ¿Y el segundo? Si no me lo vende, no puedo comprárselo. Váyase a comprarlo afuera. No, le compro uno y el segundo se lo compro a la próxima vez. Bájese a comprar un boleto o lo multo. Véndame un boleto y no me la haga de tos. El pobrecito señor, engreído por su cota de poder, brinca de su asiento, abre la puertecita, desenvaina la pluma que tenía calada en la oreja, abre de un manotazo el libretón de multas y se dispone a escribir. Ni me multe, que no le voy a pagar nada. Los otros pasajeros comienzan a impacientarse y a gritar: apúrense que tenemos que llegar a tiempo a trabajar, ya vamos tarde. Por deferencia a ellos decidimos bajarnos y le espeto al chofer un "¡increíble!" con sabor a mierda. En este país las cosas funcionan, me explica a gritos, y no vamos a permitir que quieran abusar de nosotros gentes venidas de otros lados. Sí, claro, bastardo. Tu país vive del turismo y no saben tratar a los turistas, y nosotros, por idiotas, seguimos derramando nuestro dinero aquí. El autobús se va. Compro cuatro boletos porque me dicen que deben pagarse también las maletas. Pero es tarde, el siguiente autobús de plano no viene. Tomamos un taxi.
2 comments:
Hola, Enrique:
Me quedó la curiosidad de saber, supongo que al resto de tus lectores también, cuál es el país del que hablas en tu entrada. ¿Se puede saber o es un secreto?
Un abrazo desde Madrid,
Rafael.
jajajaja como te explico lo que me rei con tu post. me acaba de pasar algo similar, en el mismo país.
5 de la mañana esperando un camion que nos lleve al aeropuerto, pagamos 4 euros por persona (6) y no llega, preguntamos muy educadamente si tardara mucho y el vendedor de boletos que tenía el tacto de un rinoceronte no nos voltea ni a ver. Entro a la tienda con mi actitud mexicana de quiero hablar con el gerente y sale una vieja tres veces peor a decirme que ni me enoje por que el camion no va a llegar, le pedimos los 24 euros que ya habíamos pagado y nos dice que no nos los puede dar!!!! jajaja acto seguido nos da un email y nos dice que mandemos la queja ahi para que nos regresen el dinero. Tomamos un taxi de 50 euros.
Obvio hoy mando el mail y de jodido una mentada de madre se llevan por que no la pienso guardar yo.
Estoy totalmente de acuerdo INCREIBLE!!! no se merecen tener ese país.
Post a Comment