El 10 de marzo del año 2004 decidí que al día siguiente viajaría a Madrí no en tren sino en autobús. Llegué a Madrí poco después de los bombazos. "Hoy es el único día que no se debe ir a Madrí", me dijo el conductor del autobús.
Descendí del autobús a la calle, y de la calle descendí aún más a los subterráneos del metro. Arrastraba una maletita negra enllantada. Mientras revisaba la ruta, se me acercó una señora y me preguntó si necesitaba ayuda. No se atemorizó, a pesar de la maletita, a pesar de las barbas. Para mí, esa señora es una heroína que supo sobreponerse al mecanismo del terrorista, que quiere hacernos a todos temer, sospechar, recelar de los inocentes. Entré al metro, y todos me veían con suspicacia, no despegaban sus ojos de mi maleta, me vigilaban como se vigila cada movimiento de la mujer cuya belleza nos ha cautivado, y en ese momento me sentí víctima del mecanismo terrorista: yo era también un sospechoso por andar con una maleta, embarbado. La señora se había metido en otro vagón, no había quién confiara en mi inocencia.
Anoche estuve en Düsseldorf, y empecé a sospechar de un árabe de mala pinta. Mis sospechas eran pura mala leche. Y aunque hablaba perfecto alemán, me estremecí cuando comenzó a hablar por el móvil de terroristas, y luego mudó al incomprensible árabe. Observé que otro hombre también le miraba más con lanzas y menos con serenidad.
Me subo al tren, dirección Behlín. Prendo el noticiero, y dicen que hacía unas horas habían encontrado dos maletitas negras con bombas, en la misma ruta que seguía yo en ese momento, pero en la dirección contraria. Eso fue en Dortmund. No pude dormir esos minutos, hasta llegar a Dortmund. La tranquilidad de la estación me pareció sobrecogedora, como si allí no hubiera habido un solo problema. Sólo había cinta alrededor de una banca. Curioso. Me dormí.
Llegué a Behlín, a la estación central de trenes. Mientras espero el tren ligero para llegar a la casa retumba en la estación una carcajada, luego otra, luego una tercera. Los héroes no se inmutan. Yo sí. Y aún más cuando aparecen cerca de mí tres árabes. Me alejo y me voy al otro extremo del andén. Andan de muy buen humor, ríen, bromean. Uno en particular es bastante feo: me da la impresión de que lo han desfigurado a propósito: ¿alguien lo habrá torturado? Intento tranquilizarme al ver que traen sólo lo puesto, nada más. Se acercan junto con el trenecito, y se meten al siguiente vagón donde estoy yo.
Triste, fatalmente me doy cuenta de que ya soy una víctima más, que recelo de los inocentes y de que cualquiera como yo puede encontrarse a Osama Bin Laden en la calle, en el metro, como la historia de aquel canadiense que nos contara Pablo Soler Frost, de un señor que lo vio, lo atropelló, exigió la recompensa, y fue trasladado a la estación de policía, mientras una ambulancia se llevaba al pobre atropellado a un hospital.
Temer al terrorismo es ser una de sus víctimas.
5 comments:
el cielo blanco de düsseldorf le ha arrancado lágrimas a más de uno
I know.
¿Pero no sería dejar de temerle renunciar demasiado a uno mismo y a otros valores como la paz y la seguridad?
Es, por lo menos, casi imposible no ser víctima del terrorismo. Y nunca he estado cerca de un atentado.
Es curioso leer que el presunto terrorista que deposito las bombas en los trenes vivia en tu propio vecindario a dos o tres cuadras: Ehrenfeld, Colonia
Más bien vivía en la misma Studentenwohnheim de alguien que conozco... Allí hay fotos para demostrarlo.
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