Releo "La siniestra familiaridad de los estacionamientos" de Guillermo Íñigo, publicado en el último número (46) de La Tempête. Es una auténtica metafísica aparcamentaria.
Me toca la siguiente idea: "Los estacionamientos se han vuelto el detonador unheimlich de nuestro tiempo. Antes ese papel era exclusivo de los desiertos, las tormentas en mar abierto, el horizonte", que llega a la cúspide hacia el final de la nota, cuando el autor confiesa "pero yo amo los estacionamientos, desiertos o no. Son nuestro templo, el espacio de lo posible. Si Cristo viviera hoy, ayunaría cuarenta días afuera de Perisur".
Traté de imaginar cómo reaccionaría Kant al ver empresas que lucran con una de las categorías a priori. Porque un estacionamiento es simplemente un área vacía donde se puede estar o no estar: el espacio de lo posible. No llegué a nada.
En Monterrey no cobraban los estacionamientos, fuera de las salvajes excepciones de los hospitales y el aeropuerto, pero ahora importamos el modus operandi de la Pejelandia "absurda, brillante y hambrienta", y desde hace meses cobran: pitoyable!
2 comments:
Estimado Enrique, te mando saludos desde Barcelona, donde finalmente leí esta actualización. Espero que te encuentres bien.
Estimado Guillermo, te mando saludos desde Behlín, donde finalmente correspondí, como sugiere la etiqueta bloguera, a tu generosidad. Espero que te encuentres bien.
Hoy, por cierto, terminé por darme cuenta de que "También Behlín se olvida" es una frase irónica. Behlín jamás se olvida...
Cuando quieras, pásate a saludar.e
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