Anoche aprendí mucho de la versión larga (casi cuatro horas) de ¡Que viva México!, de Eisenstein. El hilo conductor es la unidad entre la vida y la muerte. El prólogo son esas imágenes arrasantes de un funeral maya. Luego la absorción en mente india de la idea española de muerte, con esa adoración cristiana a un Dios crucificado, y esa confusión de pena y alegría del 2 de noviembre.
Mi gran sorpresa, por un regalo de mi mala memoria, fue encontrar la hacienda de
Tetlapayac, que hace unos cinco años no visito.
[Recuerdo con todo detalle cómo llegamos AS y yo aquella vez escuchando con mediocre posmodernidad Dookie para atender las grabaciones de The Mask Of Zorro, la conversación con un gentilísimo Anthony Hopkins sobre idealismo inglés y cuán pésimo jinete es Antonio Banderas. Y luego en otra ocasión cómo Banael y ¿R o A, cuál de los primos? se escabulleron hasta el camerino de Catherine Zeta-Jones, que los corrió por interrumpir su sesión de peinado. Era la noche de los Óscares, corría 1997.]
En
Tetlapayac aún está el mismo Santiago Matamoros que filmó Eisenstein. Por fin ayer entendí la particular devoción que suscitó: por estar aún fresca en la memoria de los españoles la expulsión de los moros, vieron en el esfuerzo de la
Conquista una metáfora de aquella otra batalla contra el infiel librada en la península ibérica. En
Que viva México hay una procesión y una danza de máscaras a propósito del
Corpus Christi. Mi última estancia en
Tetlapayac coincidió con la muerte de algún lugareño: llevaron en procesión el Santiago Matamoros de lámina, empistolado, que guardan en la capilla.
Las escenas que más me impresionaron fueron el desposorio de María con Sebastián, en los campos enmagueyados frente a
Tetlapayac [donde hice algunas pesquisas arqueológicas con AP, y encontramos obsidianas talladas como puntas de flecha]. Entre otras cosas, me llamó la atención cómo evitan mirarse a los ojos, y me recordó el pasaje de la noche de bodas de
Cristina Lavransdatter. La segunda escena es el hallazgo del cadáver de Sebastián, a quien habían enterrado vivo. La imagen más antigua que tengo de un enterrado vivo está en
Miguel Strogoff, otro ruso...
Me gustaría saber el nombre del pueblo donde filmaron las escenas del Día de muertos. Debe ser en el estado de Puebla, por la disposición de los volcanes. ¡Qué clara se veía entonces la región más transparente del aire!
Las aproximaciones al tiovivo del último fragmento es ya una escena clásica. Esos efectos de velocidad y caos, de movimiento y angulos cerrados se han repetido hasta United 93, por citar el ejemplo más reciente que he visto. Ese carrusel estaba junto al Frontón México, en plena Ciudad de México, en la Ciudad de México de Aquel Entonces, en Aquella Ciudad de México, cuando era la región más transparente del aire a donde llegaban los viajeros.